Mi humilde homenaje a Ignacio Echeverría

 

Tras desaparecer la bruma el joven se sintió perdido y aturdido, no sabía dónde estaba, eso no era Londres.
Empezó a recordar, un hombre atacaba a una mujer con un cuchillo, él sin pensarlo había corrido hacia el agresor y lo había golpeado con su monopatín, enseguida acudieron otros dos individuos con cuchillos y se enzarzaron con él, los golpeo varias veces y luego la oscuridad y la bruma.
Se preguntó:
-¿Estaré muerto? Si, debo estarlo, me habrán acuchillado.
Empezó a oír un tambor que lo termino de sacar del aturdimiento, al mirar vio a un crio de no más de diez años que avanzaba hacia él por el camino, golpeaba rítmicamente un tambor viejo y antiguo, al igual que el crio, como sacados de otra época.
Al llegar a su altura, el crio dejo de tocar, aparto el tambor hacia un lado de su pequeño cuerpo y le hizo una media reverencia a la vez que le decía:
-¡Hola bienvenido! Me han enviado a buscarte.
-¿Quién te ha enviado? ¿Porque? ¿Dónde estoy?
El crio se ríe, y con una sonrisa pícara contesta:
-Me han enviado ellos, quieren conocerte, y estas en un lugar muy especial, sígueme Ignacio.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Aquí lo sabemos todo, pero ellos te lo explicaran mejor que yo.
-¿Adónde vamos?

-Pues a la fonda, ya te he dicho que me han enviado a buscarte.
Y acomodándose el tambor comenzó a caminar y a tocar de nuevo.
Ignacio poniéndose a su altura le pregunta:
-¿Cómo te llamas?
-Alonso Gutiérrez, para serviros a vos a la Patria y al Rey, pero todos me llaman Alonsillo.
-¿Y porque tocas el tambor?
-Pues porque soy tamborilero en el Tercio de Spínola.
Y siguió caminando y tocando rítmicamente.
Al poco, comenzaron a vislumbrar un edificio hacia el que al parecer se dirigían.
Conforme se iban acercando, comenzaron a ver a las personas que habían fuera del edificio, las cuales empezaron a señalarlos y a introducirse en el interior del edificio.
A pocos pasos Alonsillo se detuvo y dejo de tocar el tambor.
Ignacio se quedó mirando el edificio, era antiguo, muy antiguo, pero estaba muy bien conservado, lo habían cuidado con mucho esmero, sobre la entrada, había una vieja y gruesa plancha de madera, grabado a fuego sobre ella estaba escrito “Fonda El Buen Vasallo”.
-Es aquí, entra te están esperando.
Le dijo Alonsillo introduciéndose rápidamente por la puerta.
Ignacio se quedó parado, escuchando el murmullo de voces que salían del interior y observando la puerta por la que se había introducido Alonsillo. No sentía temor, solo curiosidad, decidido entro en el local, inmediatamente cesaron los murmullos, todos se pusieron en pie, mirándolo, solo se oía el silencio, nadie decía nada, todos le sonreían.
Aquello parecía una fiesta de disfraces, había de todo, gentes con simples túnicas, gentes de paisano, otros con cotas de malla, otros de marinos, pero sobre todo predominaban los uniformes militares antiguos.
Ignacio los miraba sin saber qué hacer, sujetaba fuertemente su monopatín con una mano.
Entonces la gente allí reunida empezó a moverse dejando paso a un hombre, o medio hombre, pues llevaba una pata de palo, un parche en un ojo y tenía un brazo inutilizado.
Este se acercó a Ignacio sonriéndole y haciéndole una inclinación de cabeza le dijo:
-¡Bienvenido a la fonda “El Buen Vasallo”! Mi nombre es Blas de Lezo y Olavarrieta, ven acércate, todos quieren conocerte.
Y todos fueron acercándose, le decían su nombre, le hacían una inclinación de cabeza y le daban la bienvenida.
-Soy Don Pelayo, sed bienvenido.
-Mi nombre es Rodrigo Díaz de Vivar, sed bienvenido Ignacio.
-Mi gracia es Gonzalo Fernández de Córdoba, sed bienvenido a estos lares.
-Yo soy Cosme Damián Churruca, sed bienvenido a este nuestro hogar.
-Álvaro de Bazán, para serviros, sed bienvenido.
-Mi nombre es Luis Daoiz, sed bienvenido joven.
-Pedro Velarde, sed bienvenido.
-Mi nombre es Bernardo de Gálvez, curiosa arma usáis joven, pero sois bienvenido, me recordáis otros tiempos.
-Soy Juan Martin Diez, me llamaban “El Empecinado”, sed bienvenido joven.
-Mi nombre es Federico Gravina, es un honor conoceros, sed bienvenido.
-Yo soy Antonio Barceló, sed bienvenido.
-….
Y así cientos, tal vez miles, todos héroes españoles, todos saludando y dando la bienvenida a Ignacio Echeverría.
A Ignacio de vez en cuando se le escapaba alguna lágrima al reconocer a estos personajes, pero no le preocupaba, tenía toda la eternidad para estar con ellos y conocerlos.

Pascual Sánchez Soler 3º82

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