Aquí os pongo algunas anécdotas más:
Prohibido sentarse:
Pasaba el Capitán ayudante del Coronel por el cuerpo de guardia y ordeno que pintase uno de los bancos que estaba allí. Y ordeno que pusiesen un letrero en el banco: Prohibido sentarse.
"Claro, prohibido sentarse hasta que se seque y no por otra cosa".
Pasaron los meses y nadie se sentaba en ese banco, con lo que un día pregunto el Capitán al cabo de la guardia:
- ¿Porque nadie se sienta en ese banco? Siempre que paso por aquí esta solitario.
Y responde el Cabo:
- Es que Vd. Ordeno que nadie se sentase en ese banco y por eso nadie se sienta ahí.
Y el capitán responde:
- ¿Yo ordene eso?????? Ummmmm, ¡¡ahhhh!! ya me acuerdo, ¡¡¡hombreeee!!! dije que pusiesen un cartel prohibiendo que nadie se sentase allí, para que no se manchase nadie de pintura al estar recién pintado el banco. Anda, anda, diles a los legionarios que se sienten ahí, que ya el banco está seco.
Y es que en la Legión una orden es una orden y se cumple a rajatabla.
El carterista:
La Legión andaba de operaciones. En Dar Acobba se habían concentrado varias columnas de las que formaban parte tropas de nuestro glorioso Cuerpo y esta coincidencia de legionarios dio lugar a que un nutrido grupo de Oficiales reunieran los modestos almuerzos que así vinieron a quedar sazonados con la imponderable alegría de la charla común. Presidía la mesa – llamemos mesa, al abigarrado conjunto de artefactos que sostenía la variadísima colección de platos, vasos y cubiertos de campaña – el Teniente Coronel Millán. Quien no sepa cómo eran las comidas de Oficiales legionarios no puede darse cuenta exacta del ingenio, vocerío y animación de aquellas reuniones de hombres que a diario ocupaban los puestos más peligrosos de una guerra en que todo nos era hostil, el enemigo, el viento, la lluvia, el polvo, los caminos y hasta las moscas que nunca fueron neutrales porque jamás atacaron la dura piel de los cabileños mientras se cebaban en la nuestra.
En aquellas comidas se hacía derroche de buen humor y también se trataban temas serios y fundamentales, pero hubo un fruto prohibido que jamás nadie se atrevió nunca a probar: la murmuración. ¿Y cómo se iba a murmurar de jefes y compañeros inatacables dentro del más abnegado ejercicio de la profesión? En la sobremesa se habló de todo lo divino y lo humano y ¿cómo no?, se trató de los hombres de la Legión y del profundo e insondable misterio que rodeaba la vida de muchos de aquellos valientes. Verdaderos personajes ocultaban su pasado con el uniforme legionario mientras otros habían venido a redimir faltas y pecados, que la Patria es madre amorosa y nivela el cariño de sus hijos estrechando con fervor a los más desgraciados.
Un Capitán dijo que en su Compañía estaba alistado el más famoso carterista de toda Europa y describió sus habilidades en tal forma que picó la curiosidad de los presentes. Quiso el Teniente Coronel le presentaran el artista, que bueno es que nos conozcamos todos, dijo, y salió el Oficial de Semana en su busca. Penetró el mozo en la reducida estancia, pasó respetuosamente por detrás del Jefe y se situó enfrente, juntos los pies, fuera el pecho, alta la cabeza y la mano en el primer tiempo de saludo. Millán le miró con aquella profunda mirada que tan bien conocían sus hijos, los legionarios, y le dirigió la palabra en estos términos:
-Me han dicho que eres carterista ¿es cierto?
-Lo era mi Teniente Coronel, ahora soy legionario.
-Bien hijo mío– replicó el Jefe, veo que sabes dignificar tu vida. Pero quisiera ver una prueba de tu antigua habilidad. ¿Puedes dármela?
Titubeó el legionario sin atreverse a mover un dedo, pero el Jefe reiteró:
-¿Qué prueba puedes darme?
-Esta, mi Teniente Coronel, dijo el legionario sacando de un bolsillo de su guerrera la cartera del propio Teniente Coronel, sustraída al pasar por detrás de éste.
Pascual Sánchez Soler 3º82
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