Nuestra respuesta a los británicos

Chris Haslam, redactor jefe en «The Times», acaba de escribir un artículo humorístico en el que recomienda el camino más fácil para convertirse en español, para lo que ha rebozado el texto de tópicos faltones (somos malhablados, vagos, impuntuales, maleducados, sucios…) con la misma finura de esa fritura imposible y asesina del "fish and chips", gloria de la gastronomía inglesa. Vayan aquí, sin gota de acritud y con aire de chirigota, una serie de recomendaciones muy diplomáticas para convertirse en británico en un pis pas.

Lo primero: enmoquete usted cualquier superficie inmobiliaria bajo techo porque Gran Bretaña, país de acogida, puede ser también la tierra prometida de todos los ácaros; da igual que se trate del salón, la escalera o el cuarto de baño, sea público o doméstico. Las ventajas son innegables, se ahorra mucho en saneamiento y se "obra" (a mayores o a menores) pisando mullido, lo que multiplica la confortabilidad del momento excretor. Los pelillos de la moqueta absorberán lo que pueda caer fuera (Dios no lo quiera) sin necesidad de estar a diario con el mocho y la lejía.

La higiene, por tanto, ha de relativizarla bastante si usted quiere ser un inglés como los españoles que pinta Haslam, porque el agua es un bien escaso y hay que racionalizar su uso. Un estudio de Euromonitor International señala que los británicos son de los europeos que menos duchas semanales se dan: la media no llega a cuatro. ¿Otro argumento para el Brexit? Sin salir del baño, el Reino Unido es un país de firme anclaje en la tradición. He ahí su resistencia al grifo monomando, en el que uno elige la temperatura con la que sale el chorro. Un inglés al estilo generalista de "The Times" habrá de arriesgarse a escaldarse las manos, a que entren en punto de congelación o a ir moviéndolas del grifo de la fría al de la caliente, lo que sin duda mejorará sus reflejos.

 

Ponga moqueta hasta en el retrete, modere sus duchas y exagere hasta el sensacionalismo

 

Por lo general, si usted quiere ser británico vaya a contramano de cómo circula la mayoría de los humanos, haga cola para todo aunque usted sea el único de la fila, cene a la hora de merendar y si lo hace fuera de casa acuda a un restorán de cocina extranjera pues le será difícil encontrar uno medio decente de cocina británica (ese oxímoron), a no ser que le encante el pescado local (opción improbable) o su legendario pastel de ruibarbo, de asombrosas propiedades laxantes para estómagos poco entrenados.

Cuando viaje fuera, si quiere ser inglés inglés, no dude en meter unos calcetines blancos (no hacen falta dos pares, no exagere) en la maleta. Le serán imprescindibles para las sandalias que calzará todas las vacaciones. En destino, y especialmente si es joven, dedique 20 de las 24 horas del día a la ingesta inmoderada de alcohol, y cuando ya tenga la lengua de canto y no se le entienda, tras un par de broncas callejeras, puede probar con el "balconing" en el hotel. No pierda demasiado tiempo en los museos, en el del Prado por ejemplo, donde los británicos apenas suponen el 0,35% de sus visitantes (los italianos son el 9,71 y los franceses, el 5,30). Solo una excepción, el Museo del Jamón, allí deben terminar sus sandalias el viaje cultural. Al regresar, acuda a un despacho especializado en denunciar a los hoteles españoles por intoxicación alimentaria. No es preciso padecer mal alguno, allí le arreglan los papeles y la trola.

Y exagere, exagere mucho, hasta el sensacionalismo si cabe, otra gran aportación británica al mundo que, visto el texto de Haslam, hace fortuna hasta en la (en teoría) prensa seria inglesa en vísperas de Carnaval.

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