No es la primera vez que vemos a Nicole Kidman utilizar con una desenvoltura magnética todo su arsenal interpretativo para estructurar una exploración del deseo femenino a través de la erotización del cuerpo y su proyección como elemento íntimo de placer, ni la primera vez que la escuchamos gemir en la pantalla, ni mostrar su cuerpo, ni entregarse al explícito juego de la seducción provocativa.
Pero tal vez «Babygirl», el nuevo y excitante trabajo de la cineasta holandesa Halina Reijn que Kidman protagoniza –y lo hace tan bien que se alzó con la Copa Volpi en la pasada edición del Festival de Venecia
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