Daoiz y Velarde se empadronan en León , en la Base Conde de Gazola
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Los féretros de los héroes del 2 de mayo se quedan en Ferral tras un singular periplo La sala histórica y la propia base son un auténtico museo militar repleto de antigüedades y rarezas.
«Como puede verse, lo aprovechaban todo. ¡Como para dejar escapar algo!». Lo dice el suboficial Villanueva a la vista de un tanque ruso T-26 vendido a la II República durante la guerra civil, más tarde caído en manos del bando franquista e inmediatamente puesto a su servicio. El tanque, como mucha otra variedad de armamentos y de vehículos militares, se alza dentro del perímetro de la base leonesa Conde de Gazola, en Ferral del Bernesga, y las diversas piezas y componentes de todos ellos fueron en su día tan cuidadosamente limpiados y reensamblados que —quizá a excepción de los que gastan ruedas de madera, «¡ya no hay carpinteros que las hagan!», lamentan—, podrían entrar en funcionamiento, hoy mismo, tras unos mínimos ajustes. «La base entera es un auténtico museo», comenta el suboficial mayor Emilio Díaz Villanueva, conocedor de un material de gran valor que suele llenar de asombro a los visitantes. Y con eso quiere decir que la propiamente llamada Sala Histórica de la base excede, con mucho, sus límites físicos. «Del material que tenemos al aire libre suele llamar mucho la atención el gran obús autopropulsado ATP de fabricación americana, que tenía un alcance de 16.800 metros, o uno de los cañones Flak-44, de origen alemán, llegados a España con la Legión Cóndor, y después perfeccionados aquí», relata.
En cuanto a la sala, un museo militar poco conocido por el común de los ciudadanos —pero abierta a la visita de colectivos, colegios y asociaciones, con cita previa—, no cabe duda de que sus ‘huéspedes’ más ilustres son los féretros de los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, iconos heroicos del 2 de mayo madrileño. ¿Cómo llegaron aquí? El suboficial Villanueva resume el periplo de estas piezas de gran valor histórico y emocional. «Tras su muerte, Daoiz fue amortajado con el uniforme y conducido a la iglesia de San Martín mientras que a Velarde lo envolvieron en una tienda de campaña y lo trasladaron a la misma parroquia. El día 3 los enterraron junto a otras víctimas, pero los sepultureros tuvieron la certera previsión de situarlos por encima del resto».
En 1811 la iglesia fue demolida y todos los cadáveres que hallaron, exhumados y llevados a la plazuela de las Descalzas. «Se dio la providencial coincidencia de que los sepultureros encargados de esas labores eran los mismos, y supieron identificar a los capitanes», observa el suboficial. En sesión de 19 de marzo de 1814, las Cortes decidieron dedicarles un homenaje con todos los honores, un auténtico funeral de Estado. Tras llevar los restos al parque de Monteleón y colocarlos «en unos féretros tallados y dorados, forrados con terciopelo negro», quedaron expuestos ante el pueblo para más tarde, el 2 de mayo de 1814, con carro fúnebre tirado por ocho caballos, trasladarlos a la iglesia de San Isidro. Y varias décadas después, en 1840, quedaron en el campo de la Lealtad, en el monumento a los Héroes del 2 de Mayo de 1808. «Los féretros originales, ya vacíos, estuvieron en el Museo del Ejército hasta que nos los ofrecieron por cesión, y aquí están desde 2015, sin plazo definido», aclara Villanueva.
Pero la sala cuenta con otras rarezas, que conoce bien el subteniente Francisco Rivera, gran especialista en armamento. Por ejemplo, un cañón proyectado por el teniente coronel Augusto Plasencia, conde de Santa Bárbara, que entró en combate en la III guerra carlista y en la de Cuba, o un cañón Ordóñez de 63 milímetros, también de finales del siglo XIX, prototipo que no llegó a fabricarse por no cumplir las exigencias requeridas, sin olvidar un cañón McClellan, americano pero vendido por Rusia al bando republicano, armamento ligero, sistemas de comunicación, uniformes, monedas, medallas, cuadros, machetes...
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